Una de
las cosas más sorprendentes, en el supuesto caso que uno se pueda
sorprender de algo a estas alturas, que he escuchado
estos últimos días en los medios de comunicación en relación
al fallecimiento del Comandante Hugo Chávez y a las
impresionantes expresiones de duelo popular que se están
registrando en Venezuela, ha sido la justificación que tertulianos,
plumillas, cronistas de medio pelo y otros mediocres analistas políticos
han encontrado para ello. Vienen a decir con muy poco pudor estos
falsificadores de la realidad de aquí y de allá: "Claro, es normal
que desate esta pasión en las multitudes y que su presencia, como su
ausencia, provoque estas masivas manifestaciones de amor, y ahora de dolor, en
el pueblo:
¡si ha
gastado un montón de dinero en los pobres!". Y cuando lo dicen uno sólo
espera que añadan: "Así cualquiera".
Cualquiera
no, pienso yo, porque son pocos los que lo hacen. Desde luego ninguno
de los líderes que admiran y ensalzan estos farsantes parapetados
tras las ondas hercianas o en las redacciones de los periódicos. Cualquiera no.
Porque mientras lo dicen, quizás sin darse cuenta, definen exactamente cómo
interpretan el valor de la política y el de la función que ellos realizan en
ese mercenariado que practican para el mejor postor: como una gran
mascarada, un teatro, una farsa en la que lo que importa es quién y cómo
engañar mejor a la gente. Claro, lo que sin duda tiene valor para ellos, por
deducción, es conseguir que la gente te quiera, te admire o, al menos, te vote,
usando los recursos de todos a favor sólo de unos pocos: de los más ricos y de
sus intereses. Es decir lo que pasaba en Venezuela antes de la llegada de
Chávez. O lo que pasa ahora en España con los dirigentes que tenemos. El
bello arte de conseguir mayorías en las urnas contando mentiras y diciendo las
cosas que la gente quiere oír para
hacer luego exactamente lo contrario. Eso sí que tiene valor. Es
el valor del engaño.
Y no
debe ser fácil que te aúpen en el poder aquéllos contra cuyos intereses
vas a emplearte a fondo. Pero es la inmensa farsa de las
pseudo-democracias liberales en que nos hacen vivir. Y a nadie se le
escapa que esta engañifa no sería posible sin el trabajo concienzudo
de unos medios de comunicación amaestrados por los intereses de la minoría
económica hegemónica.
Chávez
trabajó por los pobres y la grandeza de su obra y de su legado se
entiende tanto al examinar las tablas de indicadores que demuestran la enorme
disminución de la pobreza y la desigualdad que logró como en las calles de
Caracas al observar el dolor de los humildes que nutren las colas interminables
para despedirse de él.
Lo dijo
Cristina Fernández ante la capilla ardiente del Comandante: "Abrió las
cabezas de la gente y no habrá, ya, quien las cierre. Le dio a la
gente dignidad y no será fácil que nadie se la quite".
"Bajaron
los monos de los cerros" decían antes los cronistas de la
despiadada oligarquía venezolana cuando las hordas de pobres que venían
de los ranchitos inundaba Caracas, cada atardecer, para escarbar en la basura
de los barrios residenciales.
Sí,
bajaron. Pero ahora se quedan. ¡Y votan!
Hasta
siempre, Comandante.
Pdta.-
Una de las críticas más asiduas de la derecha venezolana hacia Chávez ha sido
la de tacharle de populista por usar un lenguaje y unas formas comunicativas
cercanas, llanas, sencillas y, a veces, algo histriónicas. Y me sorprende, si
como se ha dicho eso fuera posible, ver hoy a jefe de la oposición, Capriles
Radonsky, vestido de chándal ante cientos de partidarios gritando
como un poseso: "¡Nicolás, no te vistas, que no vas, chico!" Aprenden
rápido del Comandante. Ya se han fijado en las formas. Parece más difícil que
se decidan a copiar lo de repartir la riqueza, trabajar por la justicia social
y combatir la pobreza.
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