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Fuente: Cubaminrex |
Aun sabiendo que esta acometida indigna no es nueva y que el
desleal gobierno yankee y sus tracatanes llevan años intentando
destruir esa obra magnífica con todo tipo de mentiras y artimañas, como por
ejemplo con la presión y el chantaje a los profesionales cubanos para que
deserten de las misiones sanitarias en las que intervienen, sí lo es el actual
formato de perseguir y amenazar a los países receptores de la ayuda y a sus
funcionarios, es decir, la extensión de la perversa extraterritorialidad del
bloqueo comercial y financiero a esta actividad de la cooperación, canalla innovación
que resulta especialmente repugnante. La “excusa oficial” es lo de menos pues
podrían implantar estas medidas sin justificar nada, pero se ríen de todos
denunciando que las actividades que los cooperantes cubanos desarrollan por el
mundo es una suerte de “trabajo esclavo” al que les somete su gobierno. No creo
que merezca la pena ni siquiera comentarlo, pero sería la primera vez que a los
gobiernos contemporáneos de EEUU les preocupa la situación de trabajador alguno,
ni sus derechos laborales, ni en el mundo, ni en su propio país, sobre todo si
se trata de aquéllos que contribuyen con su trabajo al expolio al que el país norteamericano
somete a los demás cuando caen en sus garras.
Conmueve, eso sí, que los trabajadores de la salud cubanos
sean objeto del interés y la preocupación de las autoridades norteamericanas por sus condiciones laborales, ¡cuánto
honor!, seguro que ni ellos mismos se lo creen dada la circunstancia de que es
la primera vez que esto sucede. Todo ello sin perder de vista la similitud que esta
obsesión de los políticos anti-cubanos y sus terminales mediáticas tienen con la
de los mercenarios de dentro de la isla que se echaron a las calles el 11 de
julio de 2021 para, entre otras hazañas, apedrear centros sociales, servicios
de urgencias pediátricos y residencias de mayores y de discapacitados,
amenazando a pacientes, familiares y beneficiarios. No es casualidad: nada hace
más daño a los embates de esa purrela que la gran obra de la Revolución puesta
en pie y alcanzando a quienes más la necesitan, sea en forma de equipo médico
operando en un hospital de la selva amazónica o de trabajador social evaluando
las necesidades de las familias en un barrio periférico de Ciego de Ávila.
Es mucho esfuerzo y dinero de los contribuyentes de EEUU despilfarrado
inútilmente en destruir con mentiras, manipulaciones y sabotajes los logros de
esa obra colosal para que la realidad de la misma, a los ojos de todos y todas,
les ponga en evidencia un día sí y el otro también, durante más de 60 años. Lo
individual, el egoísmo y el dinero frente al beneficio de todos y la
solidaridad o, dicho de otra forma, el envío de soldados para sus guerras de
saqueo colonial frente al de un ejército de batas blancas para salvar vidas,
aliviar el dolor y mejorar la salud de quienes la han perdido o están en trance
de hacerlo. No hay color ni comparación, ellos lo saben y por eso buscan su
descrédito y su destrucción: mientras esta inmensa labor de Cuba siga en pie y
a los ojos de todos y todas las posibilidades de acabar con ella son mínimas. Por
eso tienen que intentar criminalizarla.
A propósito de la
cooperación y los cooperantes
He trabajado como voluntario en diversas ONG’s médicas
europeas durante muchos años de mi ya dilatada carrera profesional, en
distintos proyectos de cooperación. Co-operar es, etimológicamente, “operar con
otro” y en su esencia esas intervenciones estructurales son algo completamente
distinto a la ayuda de emergencia, en especial si esta se plantea como ayuda
humanitaria. La cooperación se basa en acuerdos donde cada parte aporta algo:
unos el trabajo (ONG’s) y otros, donantes o contrapartes, una compensación a
los primeros, que puede ir desde fondos con que sufragar sus gastos, hasta
moderación arancelaria para algunos productos exportables, facilidades
financieras u otras políticas bilaterales concretas. El trabajo de los
profesionales que participan se valora teóricamente muchas veces “a precio de
mercado” a la hora de elaborar los presupuestos y pasa a formar parte del monto
que recibe la ONG que firma el convenio y realiza las tareas. Pero estas organizaciones
tienen sus propias necesidades de gestión, infraestructuras que no paga nadie y
problemas de financiación de proyectos que no encuentran donante, por lo que la
propia entidad no gubernamental debe detraer cantidades de los proyectos
financiados para asegurar su propia supervivencia y la viabilidad de otras intervenciones,
lo que hace si los fondos recibidos “no son finalistas” y, como entidades sin
ánimo de lucro, sin sobrepasar determinada proporción y siempre en la categoría
de gastos indirectos. Esto siempre ha sido así, tanto en la Cooperación
Norte-Sur, como en la Sur-Sur, que es la que practica Cuba allá donde sitúa sus
misiones médicas.
En el caso de las ONG’s europeas e internacionales, los
cooperantes son voluntarios, es decir, aportan no solo su trabajo, sino que
aceptan también una percepción muy por debajo de su salario profesional normal,
asumiendo que eso sea así y participando libremente en los proyectos tras
aceptar esas condiciones. Se trata de voluntariado y no de trabajo remunerado y
nunca se ha oído, en los más de 35 años que conozco, trabajo y colaboro en la
cooperación al desarrollo, que EEUU ni país alguno haya planteado la más mínima
objeción a que así sea. Los voluntarios no asumen directamente el trabajo
concertado, sino que lo hace la organización a la que pertenecen, la que ha
firmado el convenio de colaboración y sus términos, que son libremente
aceptados por las partes y por los voluntarios.
Los países que necesitan cooperación internacional no
contratan profesionales individualmente para atender sus necesidades. Esa
fórmula puede servir para asegurar la participación de un especialista concreto
que realice una evaluación puntual o una asesoría técnica específica, pero no
vale para desarrollar la Atención Primaria de Salud de una población, para
asegurar el funcionamiento de un hospital, para poner en marcha un programa de
vigilancia epidemiológica, ni para realizar una intervención de emergencia tras
un desastre natural, la guerra o un brote de violencia. Sería imposible para
cualquier país o comunidad en desarrollo pagar a precio de mercado el personal
necesario para llevar a cabo esos programas, por lo que las comunidades
necesitadas y los países afectados alcanzan acuerdos de colaboración con
entidades oficiales u organizaciones de otros países para obtener ese servicio
(cooperación) a costes soportables por los primeros. Y quien esto suscribe, en
todos sus años de cooperante en muchos países del mundo, jamás pensó que era
víctima de una forma de esclavitud por hacerlo, ni que realizaba “trabajo
forzado”, pues libre y voluntariamente lo aceptó en el marco de un acuerdo
entre una organización a la que pertenecía y un donante o una entidad
beneficiaria, asumiendo todas las cláusulas del mismo. Ni me puedo imaginar la
cara de mis compañeros, primero, y las carcajadas, después, si alguien hubiera
insinuado entonces o ahora que éramos víctimas de explotación laboral. La
ignorancia, el atrevimiento o la mala intención siempre fueron, además de necias,
muy atrevidas.
Y en eso, llegó Fidel
Y, entonces, ¿por qué ahora esto debiera ser diferente para
Cuba y sus profesionales? Me imagino la respuesta, que no será muy diferente de
la que han dado al anticubano Secretario de Estado de EEUU, Marco Rubio, los
gobiernos de muchos de los países en los que colaboran los equipos médicos
cubanos, desde México a Brasil, desde Jamaica a Honduras, desde Italia a Gambia.
En la actualidad 56 países reciben esta ayuda y más de 24.000 colaboradores
cubanos repartidos en ellos la llevan a cabo. Pero no nos engañemos: el mal vecino
de Norte con esta andanada solo busca que la solidaridad que inspira esa
colaboración cubana quede eclipsada con falsas acusaciones y, de paso, cortar
otra fuente de financiación con que el bloqueado y maltratado país del Caribe
hace frente a sus necesidades de supervivencia.
En mi devenir en este mundo de la cooperación internacional
he tenido contacto y he admirado la grandeza de la colaboración médica cubana
en muchos sitios y, al igual que todos los cooperantes que conozco, en sus dos
versiones más extendidas: la ayuda médica directa de los equipos de salud y el
trabajo de los profesionales de los países receptores de ayuda que han sido
formados en Cuba, especialmente en la Escuela Latinoamericana de Medicina
(ELAM), otra de las enormes obras de Fidel. En la mayoría de los países de
África, América y Asia, las brigadas médicas cubanas son referente obligado
tanto de quienes trabajan en cooperación internacional, como de los que lo
hacen en los organismos multilaterales o en entidades locales: nadie conoce
mejor que ellos el terreno, ni la población, ni sus problemas, porque llevan
años ejerciendo su labor y, en muchos casos, son el sostén de los propios
sistemas de salud de aquellos países. Conozco de primera mano que, en Guinea
Ecuatorial, por ejemplo, la información sobre la situación epidemiológica de la
población que tienen los cubanos es en la práctica la única fuente fiable que sobre
ella puede consultarse.
Cuando ocurrió el terrible terremoto que devastó Haití en
2010, las brigadas médicas cubanas no tuvieron que llegar a aquél atormentado país
porque ya estaban allí. Cuando 9 meses después se desató la terrible epidemia
de cólera que siguió a la catástrofe natural, el desbordado desembarco de cooperantes,
marines y ayuda humanitaria había pasado a ser tan solo un recuerdo y sus
protagonistas habían regresado a casa. ¿Todos? ¡No! Los equipos médicos cubanos
y los de Médicos Sin Fronteras eran los únicos que seguían en el terreno desarrollando
su altruista y necesaria labor humanitaria.
Eric en Ruanda
Pero permítanme que eche la vista atrás. Corría el verano de
1994 cuando se produjo el éxodo de los supervivientes del genocidio ruandés que,
exhaustos, alcanzaba la frontera de su país con el Zaire (actual República
Democrática del Congo) hasta ocupar los alrededores de la ciudad de Goma, junto
al lago Kivu, conformando en pocos días los campos de desplazados más grandes
de los conocidos (casi un millón de personas entre los de Mugunga, Kibumba y
Katale). En el equipo de la ONG en que realizábamos nuestro trabajo en el
endeble hospital de campaña instalado en el campo de Mugunga, por encima de las
enormes dificultades del día a día para atender a unos pacientes en situación
límite en plena epidemia de cólera, pesaban otras adicionales de difícil manejo,
como el idioma. La mayoría de los pacientes hablaban en kinyarwandés y en su lengua se comunicaban con el personal local
que habíamos podido reclutar entre los refugiados, la mayoría auxiliares de
clínica y alguna enfermera. Este personal por lo general era bilingüe y, además
de en su idioma, hablaba también en francés, por lo que usaban esta lengua para
relacionarse con el personal español. Por lo tanto, durante el interrogatorio
clínico a los debilitados pacientes estos explicaban sus síntomas en kinyarwandés al personal local, el que
nos lo traducía al francés, para nosotros después, con nuestras dificultades
para entender y hablar el idioma de Molière, interpretar aproximadamente sus
palabras. A continuación, nuestras preguntas corrían en la dirección contraria,
de boca en boca y de lengua en lengua, hasta llegar al doliente enfermo quien las
recibía mostrando gran extrañeza, seguramente porque en ese complejo tránsito
se había devaluado su sentido e intención hasta dejarlas fuera de contexto.
Era, por tanto, un procedimiento extraordinariamente ineficaz,
largo y complicado, en unas circunstancias en que, precisamente, la agilidad en
la atención y la precisión en la información era, aquí sí, vital. Este asunto y
la escasez de personal local que colaborara con nosotros añadía a las difíciles
condiciones de trabajo unas restricciones casi invencibles para nosotros. Pero
una mañana, mientras nos preparábamos para salir hacia el hospital, alguien
llegó con una noticia que nos llenó de alegría y esperanza:
- - Han encontrado un médico ruandés, entre los
refugiados, que habla español. Está dispuesto a trabajar con nosotros. Nos está
esperando en el campo.
La novedad, a pesar de la satisfacción que nos produjo, nos
llenó de dudas y de incredulidad. Las probabilidades de encontrar un médico
entre los refugiados eran remotas, casi tanto como hacerlo entre la población
general de aquel país, pero que además hablara castellano, inverosímiles. A
pesar de ello afrontamos la buena nueva con curiosidad e ilusión. Poco más
tarde se desveló el enigma: mientras me acercaba a saludar al nuevo compañero
le escuché conversando con otros, y entendí que la información recibida no era
del todo correcta. Aquel médico ruandés no hablaba español: ¡hablaba cubano!
que esa una cosa diferente.
Y al oírle exclamar un “No
‘e fasi” ante la visión desoladora de los pacientes de una de las tiendas
que componían nuestro provisional hospital, lo entendí todo: se trataba de un
ruandés que había cursado sus estudios de Medicina en Cuba, en el marco de los
programas de formación becada que mantiene ese país en beneficio de miles de
estudiantes humildes de todo el mundo en desarrollo. Como era lógico, Eric, que
así se llamaba el nuevo compañero, y yo sintonizamos a la perfección y en las
semanas que pudimos compartir trabajo y anécdotas de momentos vividos en la
prodigiosa isla pude admirar su entereza, la dedicación a su pueblo, su
solidaridad inmensa, su excelente formación médica, su vocación y su enorme
agradecimiento por todo lo que Cuba hizo por él y, de forma indirecta, por su
castigado pueblo.
El testimonio que dio de las atrocidades que presenció en su
país sirvió para conformar la causa por la que un tribunal internacional juzgó,
más tarde, a algunos criminales y genocidas ruandeses autores de las matanzas
de tutsis y hutus moderados. La pertenencia a su pueblo y la comprensión de sus
claves culturales, algo imprescindible en la relación médico-paciente, hicieron
que mejoraran los resultados de nuestro humilde hospital y la atención a los
enfermos.
No sé qué habrá sido de él. Supongo que su destino no sería
mucho mejor que el de los demás refugiados ruandeses, la mayoría de los cuáles
fallecieron en los meses siguientes por las terribles condiciones de vida a que
estaban sometidos, por la violencia que existía dentro de los campos y el
hostigamiento de policías y milicias zaireñas fuera de ellos o, incluso, por la
represión que ejercían las nuevas autoridades ruandesas contra quienes
regresaban del exilio. Pero su recuerdo
jamás se borrará de nuestra memoria, porque forma parte indeleble de esta
historia, que es tan solo un pequeño eslabón en la obra de la Revolución
Cubana.
De la misma forma que no olvidaremos su voz, en medio de
aquella hecatombe africana sumida en un babel de lenguas, exclamando: “¡P’al carajo, mi hermano, esto está de pin...
(y cepillo)”!
Samir en Palestina
En abril de 1996 el ejército israelí bombardeó un refugio
bien identificado y repleto de población civil en las proximidades de Qana, en
el Sur del Líbano, ocasionando una masacre de más de cien personas. Triste
pródromo, como otros muchos, de la barbaridad y del genocidio que el gobierno
de Israel ejecuta contra el pueblo palestino de la franja de Gaza desde hace 20
meses (en junio de 2025). Acudimos a aquel lugar con premura una representación
de la organización a la que pertenecía, en misión exploratoria financiada por
la Agencia de Cooperación Española (AECID) con el fin de conocer la situación
de la población en el terreno, circunstancias del ataque y posibilidades de
puesta en marcha de un programa de ayuda a la población damnificada.
En este tipo de misión uno de los objetivos es siempre
encontrar entidades locales, gubernamentales o privadas, que puedan servir de
contraparte a la que promueve la ayuda y personas que por su posición,
liderazgo o conocimiento de la población beneficiaria pudieran colaborar en la
gestión de la ayuda en sus diferentes fases. Viajamos a Tiro tras algunos días
en Beirut. Esa histórica ciudad del Sur del Líbano es la más próxima al lugar
del ataque y donde se ubicaban las instancias administrativas y las autoridades
con quienes convenir todo lo relativo a un programa de asistencia sanitaria y
ayuda médica y quirúrgica dirigida a la población afectada por el brutal ataque
y por otros que se sucedían habitualmente. Una gran parte de esa población
habitaba en el campo de refugiados de Rashidieh y allí establecimos nuestro
centro operativo. Aún recuerdo el impresionante y multitudinario funeral de las
víctimas de aquella atrocidad en las ruinas del teatro romano de Tiro. Creo que
fue allí donde conocimos a Samir. Nos lo presentó una enfermera española que
vivía en aquélla histórica y torturada ciudad, de nombre Manolita, y lo hizo
asignándole el espléndido título de ser un “farmacéutico palestino que habla
español”.
Como en el caso de nuestro admirado Eric, el jovial Samir hablaba en cubano a la perfección porque fue en la mayor de las Antillas donde se formó como farmacéutico. Enseguida conectó con todo nuestro equipo y rápidamente apreciamos tanto su calidad humana como sus óptimas condiciones para trabajar con nosotros en la puesta en marcha del proyecto de apoyo a la población palestina que en ese momento empezábamos a pergeñar: apoyo médico al sistema de salud de los campos de refugiados palestinos del Sur del Líbano. Como quiera que uno de sus componentes fundamentales era la ayuda farmacéutica y Samir contaba con el conocimiento y los contactos necesarios en ese sistema, su contribución se nos tornó simplemente ideal.
Recuerdo en esos días de planes y proyectos las fantásticas
veladas que pasamos en un café del puerto, acompañados del querido Luis
Valtueña, que sería brutalmente asesinado en Ruanda poco después, recordando
historias vividas en Cuba, que el farmacéutico relataba con gran nostalgia mientras
nos deleitábamos con aquellos aromáticos narguiles.
Samir no ocultaba la enorme gratitud que sentía por Cuba, donde vivió los
momentos más bonitos de su vida, por la oportunidad que le había dado de convertirse
en un profesional y, por eso mismo, por la gran ayuda que Cuba brindaba a su
perseguido pueblo.
- - Cómo me gustaría volver, mi hermano.
- - Lo sé. Seguro que algún día lo conseguirás.
El programa de ayuda se puso en marcha poco después y yo
regresé a España. Durante algún tiempo mantuve el contacto con Samir, que se
involucró a fondo en aquel trabajo, del que llegó a convertirse en referente
imprescindible. No sé si mi amigo palestino pudo volver a la isla de nuestros
amores, deseo con todo el corazón que así haya sido, y que en ese anhelado
viaje de retorno haya podido revivir alguna de aquellas maravillosas historias
que con melancolía rememoraba durante los días que compartimos trabajos,
recuerdos y deseos de justicia.
Mitch
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Foto: Javier Teniente |
Atendíamos, por tanto, continuamente a personas que no
habían visto a un médico o a una enfermera en toda su vida, pues los
rudimentarios trabajos de salud los realizaba en cada comunidad un agente de
salud que había recibido una pequeña capacitación para hacerlo. Como resulta
evidente, y mucho menos en aquellas circunstancias, nadie nos exigió tramitación
alguna para realizar nuestras tareas y sobre lo relativo a nuestra titulación
profesional y cualificación, nuestra ONG, legalizada en aquel país, garantizaba
todo lo preciso. Pero una mañana nos llegó la noticia de que el colegio de
médicos de Honduras, asociación gremial de los galenos nacionales, prohibía a
los médicos cubanos que formaban los equipos de emergencia destacados por ese
país, asistir a las victimas “por no estar colegiados” en Honduras. Nos
quedamos perplejos y rápidamente conectamos con compañeros de otras
organizaciones españolas y de otros países para conocer lo que nos
imaginábamos: que a ningún médico procedente de otras latitudes se le había
exigido tal requisito para realizar su labor diaria. ¡Solo a los cubanos!
Unos galenos, los hondureños, representados en esa arcaica
organización profesional, que trabajan en la capital o en ciudades grandes y
que atienden a sus opulentas clientelas con todas las comodidades de sus
consultas privadas en las que recaudan pingües beneficios, pero para quienes
los compatriotas pobres que viven en zonas remotas y aisladas no cuentan,
¡hasta ahí podían llegar! ni merecen la más mínima atención, entre otras cosas
porque nunca la podrían pagar. Pero el colmo del cinismo y la iniquidad se
alcanza cuando se intenta prohibir o impedir que otros profesionales de la
salud, estos sí vocacionales y con un sentido de su obligación que trasciende
el logro material para garantizar el derecho de todos a la salud, atiendan a
los enfermos salvando vidas, mitigando el dolor y acompañando a quienes lo
necesitan.
El clasismo, cuando no el racismo, del rancio colectivo médico y su sectarismo ideológico le hacía anteponer sus obsesiones pacatas y mendaces al derecho a la atención de la población hondureña enferma o afectada por el desastre, abandonada por ellos históricamente, a la que, cual perro de hortelano, preferían dejar sin atención de salud antes de que otros, con su esfuerzo y su solidaridad, les dejaran en evidencia ante el mundo. Esta inmoral actitud la vimos, tiempo después, en otros países, como en Brasil, y también contra la cooperación médica cubana (https://bit.ly/4nArwmy). ¿Por qué será?
Yo me acuso, Mr Rubio
En eso mismo anda el gobierno de los EEUU contra Cuba y la
ayuda médica cubana, en uno de sus ataques más vergonzosos y vergonzantes que
recordamos, y eso que habían colocado su
propio listón bastante alto. Estamos inmensamente agradecidos a los médicos
cubanos y a los de otros países que se han formado en Cuba por su inmensa labor
en favor de la salud y los derechos de los más necesitados y a la Revolución
que lo ha hecho posible. Son un ejemplo para todos. Y los que les denigran o
pretenden impedir su trabajo, se nos antojan como una de las mayores vergüenzas
que soporta este mundo.
Reconozco aquí, por tanto, y en relación a todo lo tratado, que
he sido víctima de trabajo esclavo, como todos los cooperantes europeos y de
otros países que hemos trabajado en proyectos de cooperación estructural y de
ayuda humanitaria percibiendo unas remuneraciones por debajo de nuestro salario
normal, ya que pensábamos que ello formaba parte de nuestra aportación como
voluntarios. Pero no, por el
Departamento de Estado de EEUU ahora sabemos que nos han explotado, por lo que
pedimos también que se sancione a las ONG’s que han abusado de nosotros y a los
países y comunidades receptoras de nuestro trabajo por consentirlo.
Ah, y a los pacientes a los que hemos curado, tratado,
ayudado o, simplemente, atendido, que nos perdonen también por haberlo
hecho.
Epílogo
Los autores
de esa indigna persecución a la cooperación médica internacional de Cuba se
califican por sí mismos con sus obras. Cuando parece imposible, siempre nos
sorprenden con algo más inicuo y rastrero. La infamia continúa y sube de tono,
pero ¡la solidaridad también!
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